domingo, 27 de septiembre de 2009

jueves, 24 de septiembre de 2009

LIDIA BORDA - TANGO- reinauguracion Biblioteca de Alejandria (Egipto)

Cómo reconocer a un Don Juan

Por Claudia Lucía Borensztejn *

¿Cómo reconocemos a un Don Juan?

Nunca antes, sólo después. Don Juan es un tipo de hombre que toma a la mujer como una presa de caza. Hay tres elementos que lo caracterizan: la seducción, el engaño, la huida. La culpa subyace a su conducta. Don Juan tiene una compulsión a seducir. Como todo adicto, es esclavo de la cantidad. Pocas mujeres no hacen a un Don Juan. Mille tre, dice Leporello en la famosa ópera de Mozart. Don Juan es desafío, es burla y desprecio a la mujer que una vez conseguida es abandonada. Don Juan huye de la mujer conquistada, como el asesino de la escena del crimen. ¿Habrá lugar, en esta época de disolución de los vínculos familiares y de liberalidad sexual, para donjuanes? La respuesta es que sí, los hay como siempre, aunque con otros ropajes. Pero no todos los conquistadores de mujeres son Don Juan. La piedra de toque está dada por el lugar de la mujer en su universo personal: un lugar parcial, objeto de contabilidad y de descarte. En él se enlazan dos temas como dos caras de una moneda: el amor como imposible y la muerte. Gregorio Marañón habló del origen de la leyenda: “Está bien averiguado que el tema del convidado de piedra, del joven libertino que bromea sin respeto por los muertos, rodaba por el mundo español, y por toda Europa, desde tiempos remotos. Por otra parte, el tema del burlador, el hombre de las fortunas amorosas, de quien las mujeres se enamoran y a las que invariablemente engaña y olvida, ha sido identificado sin dificultad desde las creaciones más remotas de la mitología, a través de toda la literatura, hasta el momento mismo de nacer en la mente de Tirso de Molina”. Eran los tiempos de Felipe IV, cuando el fecundo ímpetu renacentista había producido en la corte de España una máxima densidad creadora. Eran los años en que vivían Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, Alarcón, Quevedo, Góngora, Velázquez: una cantidad de hombres geniales que Europa nunca había visto reunida. Pero también fue una época de desenfreno y corrupción en las costumbres, y de esta especial mezcla surgió el personaje, de la pluma de fray Gabriel Tellez, conocido en el mundo de las letras como Tirso de Molina. Se dice de él que, gracias al confesionario, obtuvo mucho conocimiento del mundo femenino. Efectivamente, sin las mujeres Don Juan no tendría razón de ser, y su autor ha demostrado cuán conocedor era del alma femenina. Las versiones de Don Juan son muchas, pero es sin duda la atribuida a Tirso de Molina la que ha cobrado fuerza de arquetipo psicológico. También se destaca el de Don Giovanni de Mozart, con libreto de DaPonte, el de Molière, y la versión de José Zorrilla, de singular belleza, en donde el autor cambia el final y salva a Don Juan por el amor de Inés. En cada obra las diferentes mujeres son potentes en su carácter, no podremos más que nombrar a Ana, Isabella, Inés, Elvira, Aminta, Zerlina, Tisbea. Don Juan huye siempre de ellas. ¿Por qué? Porque Don Juan es histérico: padece una histeria, y la histeria en el hombre se viste de donjuanismo. El cuadro no difiere del de la histeria femenina, en cuanto a la incapacidad de establecer una relación de amor que integre y supere el odio y la agresividad propia de relaciones más infantiles. La histérica no se conforma con nadie. Don Juan tampoco. Se dice de ella que no hay órgano que le venga bien, y a Don Juan le pasa lo mismo. ¿Tiene problemas sexuales? Es posible: impotencia, eyaculación precoz, o bien practica una sexualidad deportiva, sin compromiso emocional. ¿A quien busca Don Juan corriendo de mujer en mujer? A un gran amor perdido: su madre. En ninguno de los textos citados hay referencias a la madre de Don Juan. En cambio, multiplicación paterna: el padre de Don Juan, el tío, el rey, el padre de Ana, comendador, la estatua que lo lleva a la muerte. Lleno de padres y ninguna madre. Quizá su ausencia sólo realce su omnipresencia. ¿Don Juan, hombre amado por su madre? ¿Preferido, mimado, abandonado? Mujer que lo ha traicionado antes que nada con su propio padre. Don Juan vive el complejo de Edipo vengativamente, con voracidad desenfrenada, come mujeres, las devora, las destruye. El hombre histérico envidia y ataca la esencia de lo femenino, su posibilidad de concebir. Don Juan no piensa ser padre para no hacer de una mujer una madre, y la búsqueda sexual es una máscara vindicatoria de su sentimiento original de haber nacido privado de esta posibilidad. En la saga donjuanesca, escapa de una mujer matando al padre que sale en su defensa, un padre que remite al propio. Culpa parricida, huida y desafío a la muerte completan el círculo de su destino funesto. Se dice que Don Juan vive en el instante, que es un adolescente; narcisista, centrado en sí mismo. Se llega a sospechar de su homosexualidad latente. No ve al otro como tal. Don Juan ignora a cada mujer, ve sólo a La Mujer. Don Juan sabe seducir, sabe decir y ése es su don, su talento. Se lo considera un artista. Puede decir lo que cada una desea escuchar y, si le cabe alguna duda de lograrlo por sus medios, se disfraza de otro, finge, miente. Don Juan es impostura. Y esto es lo que despierta el odio femenino: la sensación de haber sido estafada. La imposibilidad de enamorarse, de casarse, tener una familia e hijos, congela a Juan en un eterno presente, una eterna juventud. Se ha visto a Don Juan como un terrorista del amor y de la familia. Sin embargo, hay en él una fantasía de redención en el amor. Es el engarce que opera efectivamente en la fantasía amorosa de la mujer, la clave de su señuelo. Ella desea ser la salvadora, la elegida. Sin embargo Don Juan es héroe del romanticismo. ¿Qué alma femenina podría resistirse? Probemos su efecto escuchando, con el corazón, la pócima cautivante de su decir en la pluma de Zorrilla: “Y estas palabras que están/ filtrando insensiblemente/ tu corazón, ya pendiente/ de los labios de Don Juan,/ y cuyas ideas van/ inflamando en su interior/ un fuego germinador/ no encendido todavía,/ ¿no es verdad, estrella mía/ que están respirando amor?”.

* Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Fragmento del trabajo “¿Don Juan, héroe o villano?”. fuente: página 12 //

sábado, 19 de septiembre de 2009

Canto y música coral

Vivace Coral - "Aleluia de Handel" - Coro Esclavos Hebreos (Va Pensiero), Verdi - Coro UdeC los niños del coro Vois Sur Ton Chemin

viernes, 18 de septiembre de 2009

El duelo normal.

Por Claudio Jonas *

El siguiente texto fue destinado a padres y docentes de una escuela en la que uno de sus alumnos había fallecido en un accidente ferroviario. Los duelos sin elaboración pueden producir reacciones mediatas o inmediatas sobre las personas afectadas y sobre sus relaciones cercanas, por lo tanto, es recomendable conocer los efectos y mecanismos que el duelo desencadena habitualmente, para, de esa manera, favorecer su elaboración y no su complicación. Duelo significa: dolor. El dolor psíquico puede considerarse en alguna medida semejante al dolor físico. Es decir que es totalmente normal reaccionar a las pérdidas afectivas con dolor. Lógicamente, éste será más o menos profundo y duradero según la importancia que la pérdida afectiva tenga para cada quien. Como el dolor no es dañino en sí mismo, no tienen ningún sentido los esfuerzos habituales por distraer, minimizar, apurar, disimular, etcétera. La superación de los efectos que una pérdida implica no tiene relación con los esfuerzos por olvidar sino, por el contrario, por las posibilidades de recordar. El recuerdo. Los recuerdos se activan por distintas vías y favorecer su libre circulación tiene ventajas múltiples: permite la expresión del dolor con el alivio progresivo, habilita el camino de recuperación de aquello vivido con la persona perdida para ser vivido en otras relaciones. Los aniversarios de la muerte, de los cumpleaños, las cosas proyectadas en común, las que se esperaba compartir, las pérdidas o los dolores de los que lo rodean, las que aparecen en alguna ficción son todas situaciones movilizadoras de recuerdos y del dolor acompañante. También estas circunstancias conviene tenerlas en cuenta; estimular su expresión antes que su ocultamiento. Desinterés. El dolor afectivo produce un redireccionamiento de los intereses y las acciones sobre el mundo externo: del mismo modo que un fuerte dolor de muelas difícilmente permita que alguien continúe en su vida cotidiana con las mismas energías que cuando no lo sufre, el dolor psíquico retrae el interés, a veces, hasta ensombrecer las perspectivas de futuro. Contrariamente a lo que se supone, no es la diversión lo que favorece la recuperación del interés vital. Esto último sólo se alcanza a través de una elaboración lenta, individual, discontinua y progresiva. Depresión. La instauración mediática de la depresión como amenazante fantasma al que se debe conjurar se opone al decaimiento, el desinterés, la somnolencia, la deslibidinización y la inactividad propias y esperables en cualquier duelo normal; esto suele llevar a prácticas, mágicas o medicamentosas, que no hacen otra cosa que postergar o patologizar su natural elaboración. Afectos. Aunque resulte una obviedad, es bueno recordar que los vínculos afectivos entre las personas son de total, absoluta e indiscutible individualidad. A veces de tal profundidad que ni la misma persona que sufre llega a tener clara conciencia de la importancia que subyacía a algunos de sus vínculos. Es lógico que las circunstancias o los motivos que acompañan a las pérdidas afecten de diferente manera a quien las padece. Odio, frustración, impotencia, deseos de venganza, etcétera, son previsibles, aunque a veces se los utiliza como pantalla o excusa para esconder el dolor simple y llano. La aparición de afectos ambivalentes suele complicar la comprensión de algunos duelos. Sin embargo, el hecho de que la pérdida más importante para una persona ponga en marcha afectos contrarios tiene fácil explicación, aunque no fácil aceptación. Si repasamos cualquier relación afectiva, reconoceremos rápidamente que incluye múltiples posibilidades y matices: admiración, enamoramiento, ternura, celos, envidia, rivalidad, compasión, odio, etcétera, sin que ninguna sea exclusiva ni excluyente de las demás, y sin que el vínculo resulte un promedio de todas las posibilidades: es viable la máxima expresión amorosa seguida de un odio que parece inconmensurable. De allí que, frente a la pérdida de alguien con quien se tuvo un vínculo complejo, se despliegue un duelo con tantos altibajos como esa relación incluyó. Varones. Si bien existen arraigados prejuicios contra la perspectiva de que “se note el dolor” y se manifieste a través de la lógica tristeza, es entre los varones donde prevalece la convicción de que los bajones anímicos son contrarios a la masculinidad. La complacencia o el reforzamiento de este erróneo punto de vista abren la puerta grande a las adicciones antidepresivas: alcohol, drogas estimulantes, etcétera, que simulan un mejoramiento transitorio del humor, pero dejan pendiente de elaboración un proceso tan normal, como universal. Resumiendo, el duelo es un fenómeno normal, que no conviene interferir ni tampoco apurar. Se puede ayudar o simplemente acompañar a quien lo está sufriendo. Las intervenciones más ventajosas son las que desarman la falsa dicotomía entre “fuertes” –que serían quienes parecen más “insensibles”– y “débiles” –más sensibles o propensos a “quebrarse”–. Cuantas más veces se refiera el duelo como proceso humano, normal y universal, antes entrará a formar parte de la vida cotidiana, despejando el camino hacia una mejor calidad de vida, en la que no puede estar ausente el dolor por la pérdida de los seres queridos.

* Psicoanalista. Director de Moebius transformaciones educativas. // fuente: página 12

jueves, 10 de septiembre de 2009

LAS VIUDAS DE LOS JUEVES - Trailer oficial

Trailer oficial de la película "Las viudas de los jueves", dirigida por Marcelo Piñeyro, basada en el bestseller homónimo de Claudia Piñeiro, ganador del Premio Clarín de Novela 2005.

martes, 8 de septiembre de 2009

Exvoto - Oliverio Girondo - "Veinte poema para ser leídos en el tranvía" (1922).

Las chicas de Flores, tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino, y usan moños de seda que le liban las nalgas en un aleteo de mariposa. Las chicas de Flores, se pasean tomadas de los brazos, para transmitirse sus estremecimientos, y si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas, de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda.

Al atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin madurar del ramaje de hierro de los balcones, para que sus vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas, y de noche, a remolque de sus mamás –empavesadas como fragatas- van a pasearse por la plaza, para que los hombres les eyaculen palabras al oído, y sus pezones fosforescentes se enciendan y se apaguen como luciérnagas.

Las chicas de Flores, viven en la angustia de que las nalgas se les pudran, como manzanas que se han dejado pasar, y el deseo de los hombres las sofoca tanto, que a veces quisieran desembarazarse de él como de un corsé, ya que no tienen el coraje de cortarse el cuerpo a pedacitos y arrojárselo, a todos los que les pasan la vereda.

lunes, 7 de septiembre de 2009

SOÑAR HASTA ENLOQUECER

. Excelente versión de la ópera musical estrenada en Buenos Aires con artistas tales como Juan Rodó, Cecilia Milone y Paola Krum.

jueves, 3 de septiembre de 2009

AMOR y DESEO.......

“No hay deseo sin angustia” Por Marcelo Percia *

Mientras la palabra “angustia” se emplea para expresar diferentes sentimientos desdichados, el término “capitalismo” es reemplazado por otros que esconden las relaciones sociales de explotación y desigualdad. Se confunde angustia con ansiedad, tristeza, frustración, nostalgia, temor, y se opta por calificar como sociedad, mercado, sistema, realidad, mundo, a lo que debería llamarse capitalismo. La angustia, elegida como representante de todas las pesadumbres, pierde su potencial emancipador, y las figuras que evitan nombrar al capitalismo ocultan la injusticia histórica del presente desgraciado. Freud retoma teorías que piensan el amor como conjuro contra la angustia. Sugiere que amamos a otro al que le suponemos eso que nos gustaría tener o a alguien que sentimos que nos ama tal como ilusionamos ser. El amor se presenta como un ideal protector, una habilidad imaginaria, un rodeo sutil, a través de otro, para recuperar la ansiada seguridad perdida. Escribe Cesare Pavese en su diario, el 25 de marzo de 1950: “No nos matamos por amor a una mujer. Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, nada”. Pavese piensa que el suicidio por amor es un acto desesperado de los que no soportan vivir la soledad, sin ropajes. El amor freudiano es locura posesiva. Aunque el otro no se puede aferrar, el deseo de tenerlo aprisionado y descifrado es una obsesión de la civilización amorosa. El enunciado que dice que el otro es inapropiable es una premisa ética, pero también es una condición del deseo y del erotismo. Se ama lo inaferrable, aunque el amor delire en los abrazos. El amor desea la imposible posesión del otro. Los amantes demandan seguridad: la presencia del amado para siempre. Cuando el amante declara que le urge suprimir esa distancia que le duele, olvida que esa posesión rehusada es la condición misma de su furor. El amor es deseo que se enciende más y más con la evidencia de lo inalcanzable. Merleau-Ponty advierte esta ambigüedad del amor: observa que, cuando el narrador de En busca del tiempo perdido, de Proust, se pregunta si ama de verdad a Albertine, no puede decidirse: como siente que la desea cuando ella se aleja, infiere que no la ama, pero cuando ella muere, ante la evidencia de esa lejanía sin retorno, se da cuenta de que la necesita y confirma que la ama. Merleau-Ponty se pregunta: “Si Albertine le fuera devuelta, ¿la seguiría amando?”. Nunca sabremos, dice, si el narrador quiere a Albertine o ama la posibilidad de perderla; si ama a esa mujer o enloquece celoso cuando siente que la muerte se la arrebata. El amor, que suele segregar una tela de araña, puede ser también hueco en el que dos soledades, que se saben irremediablemente solas, se aproximan sin esperar completar nada. El amor es felicidad, pero, desembarazado de la experiencia de la angustia, es mueca congelada de una posesión sin vida. El amor, la amistad, la comunidad, cuando escapan de la locura de los propietarios, componen complicidades anticapitalistas.

Melancolía

La melancolía es desenfreno de una posesión enloquecida. Una fórmula freudiana la describe como movimiento en el que “la sombra del objeto cae sobre el yo”. Para Freud, es una protesta desaforada ante lo que se vive como un injusto despojo. La melancolía es una revuelta contra la muerte, la enfermedad, la vejez y el imposible control de un semejante. La sombra del objeto que cae sobre el yo es el oscuro retorno, sobre la primera persona del singular, de la propia ilusión proyectada. La vuelta sobre sí de un poderío marchito. El amor freudiano es una transacción: adquirimos, a través de otro, una garantía emocional, un valor de nosotros mismos. Importa que el elegido no contradiga el engaño o que simule ser lo que necesitamos. Cuando se ama, no se sabe qué hacer con ese amor: “Te quiero tener, sos mía, no me dejes nunca, vamos a estar así toda la vida”. A la pasión le cuesta imaginar una declaración no posesiva. La melancolía es tiranía del amor: no quiere admitir que la persona amada no es una marioneta obligada a darnos felicidad. Melancolía es persistencia de esa ilusión caída, se resiste a un nuevo amor porque no quiere enfrentar otro desastre. La melancolía sufre más por perder su reinado que por la pérdida del otro. Una cosa es estar triste por el amor que se ha ido y otra es negarse a aceptar que la vida del que se fue nunca estuvo gobernada por el propio poder. El enamorado identifica amor con compulsión de dominio: tener poder sobre el otro, o que el otro tenga poder sobre mí, son opciones de la pasión en tiempos del capitalismo. Se sale de la melancolía a través de un duelo, pero duelo no quiere decir tristeza razonada o despedida dolorida por el amor perdido: duelo significa omnipotencia resignada. La posesión sin límites es la secreta aspiración de la melancolía. Los cuerpos angustiados de nuestra cultura aprenden a calmarse (de eso que no saben) teniendo algo: juguetes, personas, dinero, objetos, bienes, talento, prestigio. El apoderamiento es casi el único remedio ofrecido a la subjetividad que, asustada, no imagina otras formas de felicidad. El capitalismo fabrica vidas poseídas. Los poseídos, sin embargo, no se sienten infectados por ese poder, sino sujetos libres. A los innumerables pobres y excluidos, restos sociales que casi no cuentan, se los llama desposeídos. La melancolía es certeza empecinada: cree haberse adueñado de lo que nunca ha tenido. La melancolía querella a un fantasma, confunde la muerte inevitable con la traición. La angustia es el infinitivo de la vida humana: es silencio y soledad. No hay deseo sin la invención de ese vacío. El deseo no busca la posesión, sino el buscar. El deseo es una forma impersonal sin compromisos con una meta anticipada. El deseo tampoco se posee, se da o se aloja, provisorio, en su paso hacia lo otro. El deseo es inconformidad.

* Fragmento extractado del trabajo “La angustia como afección anticapitalista”.

fuente:página 12 //