Poesía premiada
Engendré sin darme cuenta el lirio enredado
de la cuenca de tu abdomen
y creí ser hija del abismo inmenso
¡Ah! Vastedad de cielo rojo.
¡Cuánto tiempo recé tus piernas para arrugarme
en el puño álgido de tu córnea babeante!
¡Y fui la llaga sarnosa de cualquier bostezo incinerado!
Y calciné los genitales del pensamiento
para ofrecértelos en el Copón Sagrado.
Escucha,
están musitando los mirlos
el pico letal del pubis del violoncelo asustado.
Ahora serán tristes astros,
racimos tristes de noche y un alba pálida
que enjuaguen juntos lágrimas
de un vientre cerrado.
¡Qué tiempo!
La vulva gris del naranjo escupe a bofetadas calientes
la cúpula fría del mordisco del mordisco labial...
Sigo creyendo en la melodía de los clarines de la arena de cristal...
Y balbuceo el acero atroz de las arterias malditas.
Pero se me extingue la sangre,
como la última patada se extingue
en la vértebra intestinal al coquetear con el páncreas la cicuta.
¡Oh! El galope de tu pecho
la cintura de tu sien
la nieve de tu boca...
¡Cuánto reloj dormido en la glotis de una espada!
Lúbrica del recuerdo angosto,
humus del ciprés humano
silencio hostil, risa de mármol,
cristal endeble de miedo,
áncora de papel de un minusválido corcel.
Rapsodia etílica,
Aquí me tienes,
Aquí me tienes otra vez.
ALFÉIZAR
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